Músico, docente y compositor, Carlos Gianni es un especialista en el terreno de la música infantil. Y dentro de este en el del teatro musical.
Desde “La Vuelta Manzana”, estrenada en 1970, hasta “Huesito Caracú” y “Sietevidas, la vuelta del gato”, estrenadas en 2001, y la última versión de “Vivitos y Coleando”, presentada en 2002, compuso la música de más de cuarenta espectáculos y programas de televisión para chicos. Como docente dirige, junto a Mariano Moruja y Gabi Goldberg, un Taller de Teatro Musical que realiza sus propias producciones. En su estudio recibió a Planetario, la guía de los chicos, donde contó detalles sobre su trabajo.
Un estudio de grabación con todos los adelantos tecnológicos, una sala con piano de cola y espacio suficiente para el trabajo de otros músicos, conforman el ámbito natural de Carlos Gianni, como él mismo se define “un músico especializado en la música para chicos”.
“Muchas veces se supone que la música o el espectáculo para niños son el primer paso en el camino de alguien que se está desarrollando. Pero uno no manda a su hijo a que lo cure un estudiante de medicina sino que espera a que se reciba y que se especialice en pediatría. Yo creo un poco en esta fórmula de especialización en todo lo que se refiere a los chicos. Porque es un mundo que hay que conocer especialmente.”
En ese sentido, ¿qué es lo específico de la producción cultural para chicos?
En mi intención, lo específico es pensar que lo que se hace es algo que ellos necesitan. Y además que tenga algunas características propias de los chicos. Por ejemplo, la posibilidad de cambio, la emoción, la profundidad y, fundamentalmente, el juego.
No son las características habituales de lo que se consume como música para niños, que por lo general es lo opuesto a esto. Pero yo intento otra cosa. No siempre con el mismo éxito de popularidad pero sí con el mismo éxito de permanencia. Los chicos están trabajando hoy algunas canciones que yo escribí hace más de 20 años. Canciones que nadie sabe quien hizo, que se cantan en los jardines, como por ejemplo “Al agua pato” o “La canción del ciempés” (El ciempés es un bicho muy raro). Algunas salieron de espectáculos, otras de la tarea docente con niños en clases de expresión corporal y la difusión fue mucho más folk, de persona a persona, que a través de los discos o el material escrito.
¿A qué atribuye que chicos de hoy, con gustos e intereses distintos, canten esas canciones escritas hace veinte años?
Es la propuesta lo que lo mantiene vivo. Es cierto que los chicos, en algún sentido, hoy tienen vivencias distintas. Pero la necesidad de emocionarse, de divertirse, de jugar, de profundizar en temas, de que se les hable de cosas conmovedoras o que los hagan pensar, eso no cambió. Sucede lo mismo que con el trabajo de María Elena Walsh que ya es un clásico, que permanece. A esto se van sumando los Aserejé, las Bandana, los Ilarié, y todas las cosas que se van sucediendo en la medida que los golpes de popularidad manejados por los medios masivos los van levantando y los van bajando a piacere de otros intereses que no son el niño y lo artístico.
¿Como puede intervir el adulto en esa elección?
La misión de los adultos, llamémonos padres, docentes o generadores de proyectos, es la de enseñarles a los chicos a conocer todos los materiales y poder elegir con precisión, con algún criterio. De esa manera, me parece que los chicos van a tener la posibilidad de elegir en muchos otros ámbitos no solamente en el de la música. Van a exigir que les muestren variantes para poder elegir y no se van a quedar con la única versión de una propuesta. Esto puede pasar en la política, en las escuelas con los temas que se traten en el aula, con la música, con la literatura o con el cine. Por eso la propuesta en cuanto a la música que produzco es que tenga mucha variedad, que pase por distintos estilos. Aparecen el jazz, el rock, el tango, el folclore, la música moderna…
El componer música para un espectáculo, ¿implica una limitación artística para el músico?
No, implica conocer la poética del teatro, implica conocer cuál es la misión de la música dentro del espectáculo. Cuando eso está claro, entonces la cosa es tan simple como componerla sin el espectáculo. Porque lo que uno está haciendo es contar con otro lenguaje lo mismo que se está contando con el texto, con la luz, con las acciones que realizan los actores.
Esa es la particularidad del teatro, donde se combinan varios lenguajes.
La magia del teatro se produce cuando está logrado el ensamble de los diferentes lenguajes y uno ve el producto sin ver las partes. Como cuando uno mira un paisaje, que ve simultáneamente la luz, el sol, el verde de los pastos, el color de la montaña y el sonido de los pájaros y no está analizando cada una de las partecitas sino que lo vive plenamente.
En el teatro musical, la música no colorea ni ilustra sino que cuenta con otro lenguaje. Es lo mismo que sucede con un vestuario adecuado: vos ves al personaje y antes de que empiece a hablar ya te está contando algo; si es de clase alta o baja, si es del campo o de la ciudad, si es de este país o de otro. En ese sentido me parece que también trabaja la música. Acompaña en la posibilidad de emitir el mensaje, está jugando a contar la historia.
En su caso, después de tantos años de trabajo en conjunto, ¿cómo se da la relación con Hugo Midón?
En general partimos de un texto al cual yo aporto la parte musical y en función de eso surgen las propuestas de la puesta en escena. Logramos ir hacia un mismo lugar porque ya lo que uno hace es prácticamente lo que el otro está esperando que haga. Sin embargo, afortunadamente también hay sorpresas. Aparecen cosas de los textos muy llamativas para mí y aparecen también algunas músicas sorprendentes para él, inesperadas, que es lo que enriquece la cosa. Lo que si tenemos ahora es una súper confianza de que lo que estamos generando en cuanto a la poética y en cuanto al estilo, es el buscado. Es aquél donde está presente la profundidad, el humor, el juego.
El trabajo con Midón es su trabajo más conocido, pero también compuso la música de “Sietevidas” y otros espectáculos de Silvina Reinaudi. ¿Cuál es la diferencia entre ellos al momento de trabajar?
La diferencia entre Silvina y Hugo es que uno es un autor de escenario y la otra es una autora de texto. Silvina es de la literatura, su mundo es lo literario y el mundo de Midón es lo teatral, cuando escribe está pensando en lo que va a suceder en el escenario. Esto a mí me provoca un juego muy interesante porque no es lo mismo trabajar con Midón que es un hombre que tiene prácticamente pensado cual va a ser la propuesta que con Silvina con la cual estamos creando algo que después, por ahí, lo pone otro director. Pero también he trabajado con otros autores y todas las experiencias fueron interesantes.
Volviendo a la música infantil, ¿es necesario ser docente o pedagogo para hacer música para chicos?
Para hacer música hay que ser músico. Pero yo creo que cuando uno hace música para chicos tiene que tener la convicción de por qué, para qué y cuál es el camino y el objetivo que tiene. Cuando uno tiene que hacer un regalo, si conoce a quién tiene que dárselo puede elegir con más precisión. En ese sentido, para hacer música para niños es necesario saber cuáles son las necesidades de los niños.
[via Planetario]
Gianni y sus canciones para recordar
Compuso la música para nada menos que 44 obras infantiles, entre ellas "La vuelta manzana" y "Huesito Caracú"
Dice que, lamentablemente, su especialidad no es bien valorada
por Ruth Mehl 12.01.2002
"Muchas veces me preguntaron de cuántas obras de teatro soy el autor de la música. Siempre dije: "No sé", pero hoy me fijé y son 44 en total. ¡Y hubo cinco espectáculos el año pasado!" Dos de ellos, "Huesito Caracú", y "Sietevidas, la vuelta del gato", fueron ternados para los premios ACE 2001, y uno fue ganador ("Sietevidas...").
Carlos Gianni, compositor y director musical de tantos musicales infantiles, docente, integrante del Momusi, es un apasionado del tema. Y no es para menos: desde 1967, con "El bandolero cantor", de I. Nachman, y 1970 ("La vuelta manzana", de Hugo Midón), hasta "Sietevidas, la vuelta del gato" y "Huesito Caracú", sus sonidos han formado los oídos de muchos niños, algunos ya adultos, que siguen cantando las canciones, a veces sin recordar dónde las aprendieron.
"Por supuesto -dice, mientras sus manos dibujan expresivas coreografías gestuales-, la música puede divertir, jugar, entretener y ser muy útil para cubrir baches en un texto, o darles tiempo a los actores para cambiarse, o transformar un clima cuando no se logra eso con el diálogo o con la acción. Es decir que a veces es utilizada como recurso. Pero a mí lo que me interesa realmente es la integración de los códigos en el teatro, que se reconozca que la música es parte de un lenguaje muy diverso y completo.
"Me gusta trabajar de cerca con el autor y el director. Cada vez elijo cuál es el ritmo y la idea que me sirve para poder contar musicalmente lo que se está diciendo. Generalmente, en ese caso, la música, el texto, la acción e incluso la caracterización, escenografía y vestuario, se unen, y el producto es algo aparte, distinto, que habla por varios frentes diferentes. Lo que hago es sumergirme en la historia y pensar qué asociaciones, qué cosas me disparan esos personajes, o ese lugar, o ese clima, y eso me da el ritmo. Por ejemplo, cuando la mamá de Huesito Caracú le canta al hijo, por una parte es un ritmo folklórico asociado con el ambiente de campo de la obra, y por otra, se me ocurrió un valseado, que me pareció más acorde con la edad del personaje. En "Sietevidas, la vuelta del gato", el cuento del ñandutí evoca un ritmo litoraleño. El viejo cuento de la sopa de piedras, una asociación con música medieval de juglares. Y también, surgen los ritmos modernos, en las estampas de "Salpicón", "Vivitos y coleando" y otras. Realmente, me gusta mucho meterme en la historia y ser parte de ella con los sonidos."
Libertad para crear
Recordando algunas etapas de su labor en el teatro musical, el compositor se refiere al estreno de "Narices", de Hugo Midón, en 1984, como momento clave para un cambio en la manera de abordar la tarea.
"Aparte de las diferencias de cada generación, los cambios en las necesidades del público, lo que siento que ha cambiado en mí, como profesional, es la libertad que me doy para crear.
"Estábamos siempre muy condicionados por las opiniones de los psicopedagogos, de los maestros, de los docentes de música y yo, personalmente, incluso por las de mis propios maestros. Había cosas que podían ser y otras que no. Estaba todo muy acotado, porque era para chicos . Y siento que en la medida en que uno va confiando en su propio lenguaje, va descubriendo que todas las cosas pueden ser aceptadas si se hacen con profundidad, con cierto rigor y con una visión muy clara del objetivo. Para mí hubo un momento clave, cuando me dije: "Ahora empiezo a hacer la música que a mí me surge". Y esto fue con "Narices". Hablábamos de la libertad, del ayer, del hoy y del mañana. Y me dije, como se lo decíamos a todos en el espectáculo: "A partir de hoy tengo que creer en mí, en mis posibilidades, y poder caminar con mis propias ideas". En "Narices" hablábamos de la responsabilidad de ser libres como personas, ya que la sociedad estaba encontrando la libertad de todos. Me empecé a despegar, a sentir que las cosas podían ser como yo las sentía y a partir de ese momento mi música empezó a tener esa característica de juego, de ingenio, de locura."
Un enfoque errado
"Lamentablemente, como todo lo que en el arte tiene que ver con lo infantil, la música de los niños no está suficientemente valorizada. Una madre no lleva a su hijo a ser atendido por un estudiante de medicina. Por el contrario, acude a un profesional que, además de graduarse como médico, estudió una especialidad y es doctor en pediatría. Pero con el arte es todo lo contrario: muchos piensan que si no se animan a componer para los adultos, a lo mejor pueden largarse con algunas "cancioncitas para chicos". Eso, que está demasiado generalizado, es un enfoque no sólo errado, sino peligroso.
"Cuando pienso en qué música voy a escribir, me planteo: ¿cómo son los chicos? Son seres muy sensibles. Entonces, la música tiene que tener esa característica. Son seres que están cambiando. Entonces, la música también tiene que ser dinámica y cambiante. Son seres muy profundos. Entonces, la música tiene que ser profunda. Batiendo palmas solamente no se logra llegar a los chicos, sólo se agita la superficie. Lo que van a seguir escuchando es aquello que los conmueve. Y tiene que tener el juego, que es inherente a los chicos. Así que, cuando aparecen estas características en la música que hago, me digo: estamos por buen camino.
"Por supuesto, hay que reconocer que al igual que los adultos, los niños consumen la moda. Esto es así, pero lo que permanece es lo que los conmueve. Sin duda, hay éxitos inmediatos, músicas y canciones pegadizas que son hits. Pero a mí se me acercan adultos para decirme que siguen escuchando canciones de "Vivitos y coleando", o de "El imaginario", y que se siguen emocionando. Eso es lo que queda. Es lo que pasa con las canciones de María Elena Walsh, con la "Canción del jardinero", con "La reina Batata". El éxito deja una huella transitoria. La emoción, una huella imborrable."
Como docente, Carlos Gianni no solamente ha participado en numerosos congresos y festivales dictando cursos, sino que, junto a Marcelo Moruja y a Gaby Goldberg, conduce el Taller de Teatro Musical. Acaba de regresar del III Festival de Teatro para Niños en Aguascalientes, México, donde acompañó el espectáculo "Objetos maravillosos", de Hugo Midón, del cual es director musical. Regresará a México este año para asesorar a grupos sobre teatro musical para niños.
En cuanto a proyectos, prepara un espectáculo con sus alumnos para presentarlo a fin de año, trabaja con Hugo Midón en la reposición de "Huesito Caracú" en el Paseo La Plaza y en una nueva versión de "Vivitos y coleando", y con Asomados y Escondidos seguirá "en la denodada tarea" de buscar un escenario para reponer "Sietevidas, la vuelta del gato", estrenada el año pasado en el Teatro Cervantes. "Eso, por ahora -concluye-, y todo aquello que me permita trabajar con colegas y amigos para defender el espacio, la dignidad, el nivel profesional que le corresponde a la música para los niños, en el teatro y fuera de él."
[via La Nación]
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