Entrevista de Revista Planetrario
Viajó por todo el mundo llevando su arte de pueblo en pueblo y compartió escenarios con los pioneros del teatro de títeres en Argentina: Javier Villafañe, Ariel Bufano, Moneo Sanz y su eterna maestra y compañera Mané Bernardo, entre otros. Con Bernardo formó parte del Teatro Nacional de Títeres, que funcionó en el Teatro Cervantes hasta 1946 cuando fueron desalojadas y les quemaron gran parte de sus materiales.
A los 78 años, Sara Bianchi mantiene intacta su pasión. Dirige el Museo Argentino del Títere, que funciona en una vieja casona de San Telmo, donde presenta sus espectáculos.
¿Qué caracteriza al teatro de títeres y que lo diferencia del teatro de actores?
Sus infinitas posibilidades. El títere es inagotable y no tiene límites, lo mismo le da la aventura en tierra, en mar o en aire; vuela, se cae, se hunde, se levanta, le quitan la cabeza y se la vuelve a poner. Ese es el juego del títere, esa es la esencia que hay que respetar de alguna manera u otra. Si no, ¿para qué? Lo hacés con actores y se acabó.
Cuando lo que hacés con títeres lo podrías hacer igualmente con actores, no es una obra titiritera. Porque sino gana el actor, lógicamente, como intérprete. Porque el títere es una máscara inmóvil y el actor tiene toda su expresión facial, corporal y demás.
¿Por qué es un arte tan cercano a los chicos?
Porque el chico lo ve como un personaje animado, un poco a su dimensión, con el que puede tener diálogo, participar, convivir. El títere es también un juguete para el chico y por eso se acerca a él.
¿Y qué pasa con los adultos?
En sus orígenes el teatro de títeres no era para chicos. Sin embargo, en Argentina es muy fuerte esa tradición y, a los adultos, les da vergüenza confesar que ese personaje puede convencerlo y atraerle tanto como un actor de carne y hueso. Buscan al chico como excusa para ir a ver un espectáculo. Y cuando es para adultos, es difícil convencerlos para que vengan. Pero una vez que entran y ven lo que es el títere, ya están atrapados.
¿Cuándo fue que decidió dedicarse a los títeres?
Yo hacía teatro, escribía y al mismo tiempo era artista plástica. Y en los títeres reunía todo. Podía escribir, tenía la parte plástica de la realización y la actuación: hablando y moviendo títeres. Me vinculé con Mané Bernardo, que ya había hecho títeres antes, y me invitó a formar parte del grupo en el Cervantes. Eso fue en el año '44. Estuvimos ahí tres años, hasta que nos quemaron todo.
Quemar el teatro fue una manera de liquidarnos. Pero volvimos a empezar como titiriteras ambulantes. Alquilando salas en los distintos lugares, trabajando en salas particulares, teatros oficiales y municipalidades, participando en festivales… La normal actividad de un titiritero: en donde puede hacer una función la hace.
¿Cuáles fueron sus colegas más admirados?
Siempre, Mané. Pero en esa época también estaba Moneo Sanz, un gran titiritero de La Plata con el que coincidimos en muchas cosas, hasta en fundar una asociación de titiriteros. También lo admiré mucho a Ariel Bufano porque tenía una creatividad muy especial, la prueba está en las cosas que hizo. Y Javier Villafañe. Pero a Javier lo admiré, mucho más que como titiritero, como personalidad. Era un creador, un poeta, un soñador, un fascinador. Entonces, hiciera títeres o cualquier otra cosa era lo mismo. Sin duda, tenía una personalidad extraordinaria. Era un andariego tremendo.
¿Cómo es la vida de un titiritero? ¿Se vive bien de los títeres?
Se vive como hemos vivido: modestamente. Lo que pasa es que las necesidades nuestras son diferentes, en realidad, a lo que aspira el común de la gente. Hay muchas cosas que a nosotros no nos interesan. Jamás en mi vida yo pensé en tener un reloj de valor, una alhaja o un tapado de piel. Si alguna vez quise algo, debe haber sido un camión para poder viajar con todas las cosas. Los titiriteros llevamos una vida muy andariega.Viajar como se pueda, dormir donde se pueda y comer cuando se pueda. Pero cuando uno se acostumbra a que esa es su forma de vivir, y que de otra manera no podría hacerlo, no le pesa para nada.
¿Cómo surgió la idea del Museo?
Con Mané habíamos hecho más de cincuenta exposiciones itinerantes. La última fue en el '91, el año en que ella falleció, en el Museo Larreta. Pero antes la habíamos hecho en Mar del Plata, en la casa de Victoria Ocampo, y en otros lugares del interior. La idea de poner el museo acá, ya la teníamos con Mané. Y en eso estábamos cuando nos ofrecen un espacio en el Museo Histórico de la Boca. Incluso habíamos llevado baúles allá, pero después nos dimos cuenta de que el lugar tenía que ser este. La decisión final la tomé yo cuando ella murió: tenía que ser en su casa.
¿Qué mensaje quiere transmitir a través de los títeres?
El mensaje no me corresponde a mí, le corresponde a ellos. Ellos son. Porque vos mirás la vitrina y ves un títere de Kenia que tiene más de cien años, y con sólo mirarlo te está transmitiendo todas las manos que estuvieron trabajando con él, todos los caminos que recorrió, todas las obras que interpretó. Un mensaje de vida. Eso es lo que pretendo: transmitir mensajes de vida.
Cada vez que un chico sonríe recorriendo el museo o en una función la satisfacción es muy grande. Es una tranquilidad, además, sentir que uno está haciendo algo. Y eso es fundamental. Para mí es fundamental sentir que uno todavía tiene que hacer mucho más de lo que ha hecho. Siempre tener metas por delante y no sentarse a disfrutar demasiado.
Lucecita era el personaje que presentaba sus primeras obras. ¿Por qué no está en el museo?
A Lucecita lo tengo conmigo. Tiene 56 años, la misma edad que yo de titiritera. No quiere venir porque tiene miedo que lo pongan en una vitrina y él quiere trabajar.
http://www.revistaplanetario.com.ar/archivo_planetario/entrevista18.htm
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